El reciente episodio de la epidemia de influenza porcina en la República Mexicana, en especial en la Ciudad de México, nos invita a pensar en muchos aspectos relacionados con el gobierno del país y la situación política. En primer lugar muestra nuestra vulnerabilidad. Tenemos un sistema de salud pública débil e insuficiente, en el que hay .8 camas para cada mil habitantes, y destinamos menos de un punto porcentual del Producto Interno Bruto a la investigación científica. A ello agregamos que la emergencia sanitaria golpeó aún más nuestra economía afectada por la crisis global, acercándonos a los niveles de recesión ocurridos después de la crisis de 1994.
Por otra parte nuestra capacidad de reacción es lenta: si bien se tomó rápido la decisión de cerrar espacios de reunión pública para evitar el contagio, el personal médico del IMSS no recibió de inmediato la información esencial sobre aspectos clave, como la dosis del antiviral recomendada para los niños, la forma de tratar los casos de mujeres embarazadas y las medidas preventivas para médicos y enfermeras.
Como fenómenos secundarios es importante mencionar, las ansias de protagonismo de algunas figuras públicas con miras en este año electoral y las elecciones de 2012. Aun no se levantaba la situación de emergencia cuando el presidente Felipe Calderón aseguraba que "México había cuidado al mundo", mientras que Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno del Distrito Federal revelaba descaradamente sus aspiraciones presidenciales para el próximo sexenio.
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