Van quedado atrás aquellas épocas en que los políticos, rodeados de boato y actos de cortesanía, rendían su informe de gobierno en un acto público cubierto por los medios y transmitido en cadena nacional. Felipe Calderón, presidente de la República, consolidó la modalidad de enviar el informe por escrito y reducir el acto a la entrega formal del documento para que el congreso proceda a su análisis y calificación. A muchos ha sorprendido la decisión similar tomada por Enrique Peña Nieto en vísperas de su cuarto informe. El próximo viernes 5 de septiembre lo entergará por escrito al congreso local y aprovechará para dar la bienvenida a los flamantes diputados.
La decisión es interesante tomando en cuenta que en los dos informes anteriores el gobernador practicó una modalidad inédita en el formato de estos rendimientos de cuentas: una sesión de preguntas y respuestas con los legisladores. Los diputados de la oposición han criticado el cambio, calificándolo de "soberbia", "retroceso", "desprecio" y "capricho". Sin embargo, una lectura más sutil de la decisión ofrece una mejor explicación: Peña Nieto no quiere sobre-exponerse públicamente pues entonces lo criticarían de promocionar su imagen. Recordemos que hace apenas unos días el Tribunal Federal Electoral descartó por improcedentes una serie de denuncias efectuadas por el PAN en el sentido de que el gobernador usa su imagen con fines políticos que van más allá de su administración.
Este acontecimiento nos hace pensar lo difícil que resulta para un político en ascenso salir adelante de las críticas que pueden referirse a cualquier acción que lleve a cabo: si organiza un informe espectacular, está promoviendo su imagen; si no lo hace, está lanzando una señal de desprecio. En los tres años por venir veremos repetirse decenas de veces esta situación del "cohetero": si los cohetes le salen mal, le chiflan; y si le salen bien, también le chiflan, una de tantas pruebas que esperan en el camino a Los Pinos.
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